18 de septiembre de 2016

Orinokia

¿Por qué los venezolanos tenemos esta gran pasión por el chocolate? 

Quizá sea porque es el cacao, originario de américa del sur, quizá sea porque crecimos comiendo chocolates hechos en el país o quizá sea porque es tan venezolano en origen, como nosotros. Dicen que el cacao nació en el sur del lago de Maracaibo. 

Hace un tiempo escribí una novela corta que aun no he publicado. En ese mundo de fantasía en la que convivían dos príncipes imperiales, nace el amor alrededor del comercio del cacao. Era 1462.
La protagonista conocía el secreto de los dioses para hacer chocolate, y esta es la receta que este personaje, me contara mientas escribía la novela. Este es un extracto:

" Esa noche, en Orinokia, Ima tuvo un sueño. En él, los Dioses le recordaban antiguas recetas que habría escuchado del rey, por ser princesa y mucho más por ser la más bella. Ima conocía el secreto de los dioses del sur, y  extrañas historias que habría escuchado en Majnú a lo largo del viaje como quién si fuese un príncipe, le contaba los secretos sagrados a las estrellas. Ella recordaba en el sueño que Majnú venía del norte y que su nombre era el “regalo de los dioses”, aunque su gente lo habría comprado como esclavo por 100 semillas de Cacao, eso costaba un esclavo entonces.

Por el paso por la selva recogió algo de cacao aunque el mejor venía del norte, en la ruta misma del imperio del norte, allá donde los indios viven en el lago sobre estacas de madera.  El fruto estaba recién tomado de la mata y todavía faltaba extraerle sus secretos. Ima abrió con sus propias manos el gran fruto, siguiendo lo indicado en su sueño  y extrajo de su interior, algunas semillas babosas y húmedas. Los habitantes, los que vivían en Orinokia, tejían unas cestas de paja y cerradas por lo bien tejidas, que eran perfectas para la fermentación de la semilla.

Colocó en la cesta hasta llegar al tope, una gran cantidad de semillas de cacao y la cubrió con hojas de plátano.  Durante 5 días y 5 noches noches, las semillas se fermentaron, todo olía a cacao, su olor mezclado con la humedad llenaba el espacio. El olor era tan poderoso, que hasta los insectos danzaban en su honor. El olor se metía por la piel, hasta llegar al torrente de sangre y hacer que todo se convirtiese en una mezcla de deseo y pasión.

Estaban re escribiendo los rituales antiguos, propios además, de Orinokia aunque la enseñanza viniese desde los imperios. Los indígenas, ya por herencia, por memoria colectiva, conocían ese olor y a lo que estaba asociado. Los que acompañaban a Ima sabían que algo divino estaba pasando. El propio Majnú, se mantuvo callado viendo a la Princesa brillar desde su interior. Era una danza perfecta entre los dos saberes, uno innato y el otro contado por él, pero sin saber porque lo sabía.

Al quinto día de la fermentación, cortó las hojas de plátano y extendió las semillas fermentadas y ácidas, debajo del sol de las riberas de Orinokia. Por las noches tuvo el cuidado de taparlas y protegerlas de la lluvia y el frío. Así, por cada día y por varios días mas, hasta que el grano se hubiera secado y perdido el olor. Ese día el grupo que acompañaba a la princesa, volvieron a respirar normalmente.

En la misma piedra donde cocinaban el manioc, el casabe, una torta hecha con una planta que llamaban Yuca amarga, colocó Ima sus semillas secas y ácidas para tostarlas. Era secreto de los dioses, el punto hasta donde podían calentarse  sin que  el fuego hiciera que perdieran sus olores, esencias y sabores. Es allí donde se abre el maravilloso grano y saca la almendra de su interior, con la semilla aun caliente.

Ima pasó horas moliendo en piedra como lo habrían hecho los antiguos del imperio del norte, aquellos que enseñaron a Majnú, produciendo una pasta de fino grano, sabía que a mas finura mayor sabor. Majnú conocía el secreto de cómo hacer el manioc, lo habría aprendido durante tres lunas de camino.
Los indígenas sabían tejer unos cilindros de paja, que tenía la capacidad de cerrarse y exprimir todo lo que se colocara allí. Lo usaban para extraer el veneno amargo de la yuca que convertiría en el pan chato que era la comida tradicional de la llanura. Mientras veía a Ima moler el grano, quizá llegó a decirle lo que sabía.

-Princesa, los habitantes de Orinokia extraen el veneno de la raíz de yuca, quizá puedas extraer bondades de la almendra del cacao.

En el mismo tejido, conocido como sebucán, Ima colocó la pasta molida y logró separar, no el veneno como en la yuca, sino las grasas y  el cacao de fino polvo, al secarse. Ella misma, colgó de un árbol el tejido, y para que se contrajera y sacara los secos y líquidos, se colgó ella misma en el sebucán haciendo peso en el otro extremo, hasta que todo el interior hubiese salido y llenado de aceites, a una mitad  de una semilla hueca grande que llamaban tapara y que se usaba para comer o procesar alimentos.

Ese día la princesa vestida de sol, mandó a su gente a buscar el extracto del licor de las flores de los árboles, una melaza de sabor agradable, inspirador, que estimulaba los sentidos. La miel de abejas era conocida en el llano, sabían seguir a los insectos y con sumo cuidado extraer el licor espeso sin llegar a ser picados. De los pobladores del norte de Orinokia, obtuvo las tortas de Casabe preparadas y tostadas en piedra al fuego. Y procedió a elaborar aquello que solo pudo nacer de la conjunción del sol y la luna, del cuerpo y el espíritu, del agua y del fuego.

Molió Ima, hasta una finura extrema las tortas de casabe seco y tostado. Le incorporó la pasta seca del cacao hasta unificar la mezcla. Luego, poco a poco y hasta que formara una pasta le agregó la grasa del cacao. Le agregó, suficiente para poder amasarlo los las manos y poder extenderlo nuevamente. A esta masa le agregó la miel de abejas, sin perder la consistencia. Trabajado con las manos extendió la masa nuevamente sobre la piedra de fuego hasta dejarla tostada y seca. Las guardó en un lugar fresco en la choza cerca del río
.
Los habitantes de Orinokia también conocían el maní, una semilla de agradable sabor que igualmente entregaban como tributo a los imperios, mientas que la gente de la selva conocían a una semilla mágica, de poderes esenciales que llamaban Merey.

Ima, en el sueño y en las historias vagas de Majnú logró percatarse de la importancia de los pesos. En la selva no tenían como pesar, pero Ima que era inteligente, logró bajo una rama, colocar otra a lo largo. De cada lado logro colocar un junco de paja del cual colgaba una cesta tejida. De un lado, cuidadosamente colocó las semillas tostadas y en el otro las tortas de manioc. Luego colocó las semillas peladas y tostadas de un lado, que se balanceaban con el regalo de las flores, en el verano. Todo era, como la vida misma, un equilibrio. Y así vivían en Orinokia, en Paz. Vivían en la conjunción los imperios que en ese sitio, en la tierra de gracia, habían logrado consolidar la paz. 

Ima mezcló sobre ambas semillas finamente molidas en piedra, nuevamente el néctar de las abejas con manioc molido y produjo una pasta como la miel misma, dulce, pura. Ima tuvo cuidado de excitar  los sabores usando la sal marina, producto que solo comercializaban los habitantes del mar, allá donde llega la mano de los dioses. Ima tuvo cuidado de colocar solo tres semillas de maní por cada cinco semillas de merey. El merey fue por mucho tiempo una fruta prohibida por los dioses, pues brotaba la semilla hacia afuera como amenazando a los que la veían. Hasta los pájaros se asustaban en su presencia y ni siquiera se atrevían a picarla. Quizá era porque pensaban que el secreto estaba en el fruto y no en la semilla, como por mucho tiempo hubiera pasado con el cacao.
 Esta pasta de semillas de maní, y  merey tostado, junto con la miel y el manioc molido, amasada cuidadosamente, la colocó encima de las tortas que había guardado y las adornó con unas hojas de plátano de Orinokia.

A los quince días, después de la tercera luna llena, Majnú, el acompañante de la princesa del sol, el venido esclavo del imperio del norte, probó la comida más deliciosa que se hubiera podido imaginar, nacida del amor, del conocimiento,  y por sobre todo, del conocer los secretos de los dioses que solo se llegan a compartir con algunos pocos. Ese día, Majnú fue completamente feliz, porque intuía lo que Ima ocultaba aún.
Todos los acompañantes de la princesa, todos los que comieron de la comida sagrada y vieron a la princesa vestida de oro, fueron de los que comenzaron a tejer la leyenda del Dorado."

Quizá esta historia los motive a leer mas adelante la novela completa. Ya todo está consumado, nada me pertenece ya. Los protagonistas ya viven, ya habitan en las páginas y en las letras. Pero hoy me acordé de Ima Tintaya y de Orinokia. Miré en la nevera y me di cuenta que tenía algunas cosas, no iguales al cuento y a la receta de Ima, pero, hice mi mejor esfuerzo.

ORINOKIA

Ingredientes:

Una taza de maní 
Una taza de leche
5 cucharadas de azúcar o miel, como en la historia
7 cucharadas de polvo de cacao o de chocolate
Casabe o como en este caso tortillas de maíz o trigo
2 cucharadas de harina de arroz
pizca de sal
5 cucharadas de maicena
1 huevo completo
Esencia de vainilla o almendras, media cucharadita
1 cucharadita de margarina

Preparación:

Las recetas rápidas, no como la de Ima que dura 5 días, las hago en licuadora. Se coloca el maní, el azúcar y el huevo primero para que emulsione todo y se mezclen los aceites esenciales, luego coloco la leche y lo demás. Se licua bien.

Le coloca a fuego lento hasta que espese. Luego se coloca una capa en un recipiente y se alterna cono una capa de casabe. La última capa siempre es el chocolate con maní o con merey.

Buen provecho. 
Si le suena raro todo, puede pensar en que es una oportunidad para romper paradigmas y atreverse. Recuerden que cocinar es un acto de amor y como tal, requiere de creatividad, interés, curiosidad, agradecimiento y humor.


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