Mamá Oma era incansable, no paraba nunca. Siempre tenía un
proyecto en ejecución que generalmente era idea de Opa. Una de sus pasiones sin
duda era la cocina; le encantaba cocinar. Todo el tiempo estaba inventando o
usando otros materiales para llegar a hacer lo que había aprendido de herencia. Todas las mujeres de la casa hasta
su generación se casaron con extranjeros. Oma se casó con alemán. Como buena
maracaibera, sabía las proporciones y sobre todo, la de los dulces que son más
complejas que las saladas. Siempre había algún olor; en temporada de lluvias, el
mango cocido con azúcar, en la temporada de ahuyama, hacía “pumpkin pie”, en
navidad, las galletas de jengibre y la paledonia
o torta de Catalina (Kuka),con el anís dulce. (El secreto de las catalinas es
el anís; esa receta se las debo)
Las galletas de jengibre eran perfectas, y no por la receta
en sí, sino en las remembranzas de niño, en lo que vivimos los hermanos cuando
estábamos completos, en los secretos, en las sorpresas. Mis padres solían ir a
la feria de navidad de la iglesia católica de habla alemana, donde estaba el “templo
de las galletas de jengibre”.
En estos días, en su ausencia y en mi querencia, me acordé
de las galletas. He usado en otras ocasiones jengibre en tortas pero no se
acerca ni al olor ni al sabor; si uno se excede luego le queda “picando la
lengua”. Existen infinidad de recetas en la web, en cualquiera pueden ver los
ingredientes; el tema es ahora, las proporciones. No es solo el jengibre; no
actúa solo. Es una conjunción de olores y sabores producto de la mezcla de las
grasas de la mantequilla, el jengibre en polvo, el clavo especia y la canela.
La receta entonces, no es un listado de materiales, viene a
ser un listado de sensaciones. La galleta perfecta para el niño que fui entonces,
es una galleta marrón, en formas varias, generalmente decorada, como quién va a
colocar guirnaldas en un árbol de navidad. Antes de morderla nos impacta el
olor, mezcla de canela, jengibre y clavo. Al morderla, la textura no debe ser
de galleta crocante, ni esponjosa como una torta, es un intermedio. La textura
en mi caso, lo considero casi tan importante como el olor. Al probarla, se van
sucediendo sensaciones que se producen por separado en la lengua; primero la
canela en el olfato y luego en el paladar, el jengibre y más atrás el clavo. La miel, que
lleva, amalgama los sabores y olores. Hornear una galleta de jengibre, recuerda a mi
casa de infante; reviven los recuerdos, las nostalgias, las ausencias, pero las
alegrías y los amores eternos.
Cuando Oma preparaba mangos, recuerdo la trementina, con dulce
de guayaba, al queso crema; con los
postres con leche, a la canela y sin lugar a dudas a la nuez moscada, y con las
catalinas, a las semillas de anís dulce.
El gran postre que ella preparaba era
la paledonia, y recuerdo haber visto
versiones con papa, zanahoria, avena en polvo o en hojuelas, galletas, etc;
pero el sabor en la mezcla mágica, era el mismo. Yo creo que ella fue una
alquimista. Yo trato modestamente de emular. Un cocinero que no se sienta
alquimista es un recetero.
A los que les gustan entonces las recetas, les digo lo que
lleva, la que hasta ahora me conectó con mi infancia:
- · A veces hay azúcar, a veces no. Esta vez usé una taza de papelón molido. (Muy venezolano)
- · Ni hablar que se consigue en mi país levadura; le agregué una cucharadita de polvo de hornear
- · 2 cucharaditas de jengibre molido
- · 1 cucharadita de canela molida
- · ½ cucharadita de clavos de olor
- · No había margarina y mucho menos mantequilla, así que entonces le puse media taza de aceite de canola (o de maíz)
- · 2 huevos medianos
- · ½ taza de miel de abejas
- · Harina necesaria para que se pueda amasar, pero cuidado que siempre va a quedar pegajosa por la miel, así que digamos que de 3 a 4 tazas, no más. (tenía leudante)
Antes colocaba todo en la licuadora y ya, pero esta vez es
masa de galletas, así que licué todo menos la harina siguiendo el orden
perfecto del azúcar, los huevos, las especias y el aceite. (Con mantequilla
queda mejor). Luego en un cazo le agrego poco a poco la harina pasada por
colador. Al hacer una masa compacta, se deja reposar por una hora. Luego se
amasa con rodillo, se corta en figuras y se hornea por 20 minutos a 380 grados.
La cocina no solo tiene que ver con el sentido del gusto; mucho con el olfato.
Algunos dicen que el amor entra por los ojos. Cocinar es una pasión holística.
Este plato tan sencillo se ha convertido ahora en uno muy
costoso acá en mi país, pero quería recordar y conectarme. Vale la pena gastar
en recuerdos. Vale la pena transferir recuerdos a los que vienen.
Alberto
Fuente de la imagen: http://www.webconsultas.com/belleza-y-bienestar/plantas-medicinales/jengibre-12878 Pueden revisar las propiedades del jengibre
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